- Usando herramientas propias de la biología evolutiva, un equipo de astrónomos chilenos logró descifrar parte del misterio de Omega Centauri, uno de los objetos más complejos y estudiados de la Vía Láctea. El hallazgo marca un hito en la colaboración entre astronomía y biología, y posiciona a la ciencia chilena a la vanguardia de enfoques interdisciplinarios.
Omega Centauri, el cúmulo estelar más masivo de la Vía Láctea, ha sido por décadas una fuente de preguntas sin resolver. Su brillo es tal que hasta el siglo XVII fue confundido con una estrella, pero en realidad contiene cientos de miles de astros agrupados. Durante mucho tiempo se le consideró un cúmulo globular simple, formado por estrellas viejas con composiciones similares. Sin embargo, nuevas investigaciones han demostrado que su historia es mucho más compleja.
Una de las investigaciones más recientes es la liderada por el grupo PhyloGal, quien junto a su equipo interdisciplinario decidió aplicar una metodología tomada directamente de la biología: la filogenética, usada habitualmente para estudiar relaciones evolutivas entre especies.
Durante años, el equipo perfeccionó estas herramientas en contextos más simples, hasta que decidieron volver a mirar Omega Centauri. Junto con el equipo de investigadores y con el apoyo de biólogos como Francisco Cubillos y Pablo Villarreal, recopilaron datos químicos de 122 estrellas dentro del cúmulo y comenzaron a construir “árboles filogenéticos” estelares, publicando así “Studying stellar populations in Omega Centauri with phylogenetics”.
“El resultado fue increíble”, afirma Jofré. “Identificamos tres poblaciones distintas: una muy antigua que llamamos ‘bloc’, otra similar a cúmulos globulares (‘GC’), y una tercera inédita, que podría haberse formado dentro del propio Omega Centauri, a la que llamamos ‘child’. Este tipo de interpretación no se había hecho antes en sistemas tan complejos”.
Casi al mismo tiempo, un segundo equipo internacional publicó un estudio con resultados similares, aunque usando métodos tradicionales y una base de datos más extensa. “Lo interesante es que llegamos a las mismas conclusiones con menos datos y una técnica diferente. Eso, en cierta forma, valida lo que estamos haciendo”, sostiene la astrónoma.
Para Álvaro Rojas, también miembro de PhyloGal, este tipo de hallazgos redefine la forma en que entendemos objetos como Omega-Cen. “Antes se pensaba que estos cúmulos eran estructuras simples, pero descubrimos que hay múltiples generaciones de estrellas con distintas composiciones químicas. Eso rompe el paradigma clásico”, explica. “Omega Centauri podría ser, en realidad, el núcleo de una galaxia enana que fue absorbida por la Vía Láctea. Esa hipótesis gana fuerza con cada nuevo dato, como la detección de un posible agujero negro en su interior”.
La colaboración entre astrónomos y biólogos ha sido fundamental. “Nos dimos cuenta de que aunque nuestras disciplinas tienen lenguajes distintos, compartimos una base común: las matemáticas”, dice Rojas. “Empezamos a leer libros de biología evolutiva para entender cómo se construyen los árboles filogenéticos, y eso nos permitió hablar en un lenguaje común”.
Más allá del descubrimiento puntual, el estudio abre una nueva línea de trabajo que ya entusiasma a estudiantes e investigadores. Actualmente, dos nuevas tesis se desarrollan aplicando filogenética a Omega Centauri, una con simulaciones y otra con nuevos datos. Incluso, en una conferencia internacional reciente, una estudiante chilena presentó avances en esta línea, lo que demuestra que la comunidad ya comienza a adoptar este enfoque con naturalidad.
“Lo más bonito de todo es ver cómo las nuevas generaciones lo toman como algo obvio”, concluye Jofré. “Para ellos, usar herramientas de la biología en astronomía ya no es una rareza, sino una posibilidad real. Y eso significa que vamos por buen camino”.
